Fue en mayo, hace tres años ya. Me topé con unas publicaciones en Instagram que me dejaron sorprendida.
En aquel entonces ya no me congregaba en la iglesia a la que había asistido desde el año 2000. Pero seguía creyendo en las doctrinas que esta impartía.
Esas publicaciones hacían referencia a sucesos descritos en la Biblia, los cuales sustentaban la mayoría de mis creencias sobre Dios.
Comencé a investigar, estudié, lo que dio paso a dudas, cuestionamientos hasta llegar a la decepción, sin dejar de lado la tristeza.
Aquello en lo que había creído, que me permitía digerir la vida sin ahogarme, ya no formaba parte de mi existencia. Choqué con una pared que aún hoy sigo mirando desde que dejé de sonreír cuando dirijo mi vista al cielo. No creo que alguna deidad habite allí.
Ha sido un duelo, me he despojado de una manta que me abrigaba en los días difíciles, el futuro jamás volví a mirarlo con esperanza, es como si esta palabra ya no formara parte de mi vocabulario.
Ni la música que escuchaba antes la he vuelto a oír, no puedo, su letra ya no significa lo mismo. Me emocionaba al reproducir esas canciones, la música, las voces aún resuenan en mi cabeza si las traigo a mi mente.
Ya no participo en los grupos de WhatsApp de personas creyentes, los he ido abandonando de a poco, quizás a fines de año los haya dejado todos. Cuando leo lo que escriben, en especial los debates que se crean en torno a ciertas creencias; me gana la indiferencia, paso de largo.
Desde el 2000, cuando llegué a la iglesia por invitación, e insistencia, de mi mamá, hasta fines del 2018 asistí de la reunión semanal. No la culpo, para nada, de hecho fui yo la que tomó la iniciativa de bautizarnos.
Los primeros meses mi entusiasmo me llevó a ser parte de varias de las actividades que se realizaban. Tuve una época donde me alejé, luego volví. Los últimos años asistía más que nada para cumplir con un rol que se me había encomendado. Mientras que en el sermón cabeceaba de lo lindo.
Hoy no me interesa formar parte de ninguna religión, la que sea, siento que no las necesito. Pero no voy por la vida diciéndole a quienes creen en estas que dejen de hacerlo. Es más, son muy pocas las personas que saben de este proceso. Pero como sigo siendo la misma de antes, por lo menos de manera externa, nadie se entera.
El futuro no lo veo con mucho optimismo, pero no debería ser una sorpresa por cómo están las cosas. Intento transitar el presente en paz conmigo misma y los demás. Por salud mental no veo noticias, hasta ver películas con mucho drama me afecta.
Pero mi vida no es una tragedia, aclaro. Nada más quería compartirles este proceso, quizás a alguien le resuene, no sé. Si es así, siéntete con la libertad de dejar tu comentario, responder el correo o enviarme un mensaje por Substack.
Antes de despedirme quiero inaugurar una nueva sección en la newsletter donde compartiré breves tips de escritura que me voy encontrando por ahí.
Esta semana te dejo con las lecciones para contar historias que Daniel Cleather, profesor y escritor, enseña a sus alumnos. Acá las resumo y también te dejo el link (está en inglés, pero vamos, que en la mayoría de los navegadores te ofrece la opción de traducir).
Estas son:
Piensa lo que quieres contar.
Planifica la estructura.
Escribe como cuando le respondes a un hater (sin filtro).
No te detengas, no leas lo que acabas de teclear.
Define un número de palabras por minutos (puedes usar un cronómetro).
Edita y pule tu texto.
En resumen, la historia comienza a trabajarse antes de haber presionado cualquier tecla o tomado el lápiz, luego de lo cual escribimos sin detenernos y dejamos la edición solo para cuando hayamos terminado nuestro borrador.
Eso es todo por hoy, cuéntame qué te ha parecido esta nueva propuesta. Dedito arriba o abajo, házmelo saber.
Ahora sí, me despido, esperando que tengas un fin de semana de lo mejor. Abrazo.
👍👍👍👍
Un tema delicado y realmente muy bien contado. Enhorabuena ✨